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  • “Me engañaron: la maternidad no es como la pintan”

    Me dijeron que la maternidad era hermosa, pero nadie me avisó del terror de la culpa constante que la acompaña. Me dijeron que lloraría de amor al escuchar su corazón, que su primera patada la recordaría toda la vida y que, al ver el primer ultrasonido, me enamoraría por completo. ¡No pasó! Me pregunté miles de noches: ¿hay algo mal conmigo? ¿Por qué no siento ese amor mágico instantáneo?

    Me dijeron: “Disfruta cada momento, tómale fotos a tu pancita”. Ni siquiera podía verme al espejo porque no me reconocía. Sumado a eso, el cóctel de hormonas no me dejaba disfrutar y volvió mi amiga, la culpa, otra vez. Me hizo cuestionarme noches enteras: ¿hay algo mal conmigo? ¿Será que en el fondo no deseo a mi bebé? ¿Por qué no siento ese amor instantáneo del que todas las mamás hablan?

    Me dijeron que desarrollaría el instinto materno: “Estarás alerta para atender a tu bebé y no le faltará nada”. ¡No pasó! La primera semana posparto estuve tan cansada que un día me quedé dormida y no lo escuché llorar. Cuando mi mamá me despertó, lloré junto a mi bebé: ella de hambre y yo de culpa, porque el instinto materno no hizo su mágica aparición esa noche. Y volvieron las preguntas: ¿hay algo mal conmigo? ¿Acaso soy yo la que no sirve para ser mamá? ¿Cómo puedo confiar en mí?

    Me dijeron que la maternidad es hermosa, pero nadie me avisó de la montaña rusa a la que estaba por subirme. Por las noches dudaba de mí hasta que el sueño me vencía, y por las mañanas, con una sonrisa de mi bebé, podía con todo. A pesar del caos, todas encontramos nuestra propia manera de ser mamás, sin cuentos ni edulcorantes.

    No hay nada mal en ti. Es imposible disfrutar cada segundo. ¡Lo estás haciendo muy bien!