“La estafa maestra”

Volteo a ver el cuarto de mi bebé… y no puedo creer cómo caí.

Así como cuando me dijeron “te amo” por primera vez y resultó mentira.

Me sentí igual: chiquita, inexperta, estafada.

Las redes te llenan la cabeza de cosas que deberías tener.

Cosas que se supone son indispensables.

Y qué mentira, hermana. No caigas.

La cuna —en mi caso, carísima— hoy solo duerme ahí la ropa que no he doblado.

La ropa bonita… la abandonó mi bebé después de su primer estornudo.

El cuarto está vacío, porque mi bebé duerme con nosotros.

Y ahí duerme mejor. Y yo también.

Leí TODO sobre sueño infantil.

¿Y de qué me sirvió?

Casi nada. Ya entendí: no hay fórmula universal.

Cada bebé es distinto. Cada contexto también.

Y lo que le funciona a una, puede no funcionarle a otra. Y está bien.

Compré extractor, bolsitas, pads, cursos…

¿El final? Fórmula.

¿La razón? Paz mental. Y punto.

¿Estimulación temprana desde la cuna?

Me niego.

Prefiero verlo explorar libre, tocar el pasto, mirarme a los ojos mientras le hablo.

Eso, para mí, es mucho más valioso.

Pero la estafa maestra de la maternidad es esta:

Que no disfrutas cada segundo.

Hay días que me caga hasta la luz del sol.

Y no está mal.

Son eso: días. Y pasan.

La maternidad no es rosa. No del todo.

Y basta ya de mentir.

Lo diré hoy, lo diré mañana, lo repetiré siempre:

Maternar con tu intuición, en la era de la información, es de valientes.

Tú eres una de ellas.

Escúchate.

Cree en ti.

Lo estás haciendo bien. De verdad.

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