Categoría: “Sobreviví para contarlo”

Anécdotas y experiencias reales

  • Posparto: lo que nadie te dice sobre tu cuerpo y tus hormonas (hasta que ya es tarde).

    Si pensabas que el embarazo era un desmadre, bienvenida al posparto, donde tu cuerpo parece una bolsa de aire desinflándose y tus hormonas te hacen sentir como en una montaña rusa sin cinturón de seguridad. Un día estás enamorada de tu bebé y al siguiente lloras porque se te acabó el café. Sin cuentos: esto es fuerte, pero pasa.

    Tu útero se contrae, tus pechos parecen rocas y la panza sigue ahí como si el bebé se la hubiera olvidado. Pero lo peor es el cóctel hormonal: la caída del estrógeno y la progesterona te deja en un limbo emocional donde puedes pasar de la euforia a la tristeza en segundos. Una dia llore media hora porque mi esposo me trajo exactamente lo que yo había pedido de comer…..¡Si! una cantidad de emociones desbordantes.

    ¿Cómo sobrevivir sin caer en remedios mágicos? Lo mas básico : sal a caminar sola aunque sea 10 minutos y escribe lo que sientas sin filtros. También es importante pedir ayuda antes de colapsar. Para evitar la depresión posparto, lo real es esto: habla con alguien que te escuche sin juzgar y acepta que no tienes el control y que no tienes que hacerlo todo sola.

    Si hoy sientes que no puedes más, respira. Esto no define quién eres ni cuánto amas a tu bebé. Lo estás haciendo increíble y aunque ahora parezca eterno, un día te darás cuenta de que sobreviviste… y de que volviste a ser tú.

  • La alimentación complementaria: el primer trabajo en equipo con tu bebé

    Cuando llega la hora de la alimentación complementaria, muchas mamás nos sentimos como chefs de un restaurante de lujo… para un comensal que no paga, no deja propina y, además, hace caras de asco ante nuestras mejores creaciones.

    Este proceso es clave para que tu bebé descubra nuevos sabores y obtenga los nutrientes que necesita, pero también es el primer gran trabajo en equipo que tendrás con él. Aquí no hay prisas: cada bebé tiene su ritmo, y forzarlo solo hará que la hora de la comida se vuelva un campo de batalla en lugar de un momento bonito.

    Ahora, hablemos de las arcadas… Porque sí, ¡las habrá! Yo, ilusionadísima, le di a mi bebé un puré de plátano con un toque de canela. Él abrió la boca, lo probó y, en cámara lenta, empezó a hacer una mueca de horror. Luego, la temida arcada. Yo entré en pánico, él estaba perfectamente bien… hasta se rió. Resultado: mamá traumada, bebé feliz.

    Así que, respira, ríete y disfruta. No pasa nada si un día come tres cucharadas y al siguiente nada. No te estreses si hace caras raras o si termina con más comida en la cabeza que en la boca. Poco a poco, su paladar y su confianza crecerán.

    Lo estás haciendo increíble, mamá. No se trata de que coma perfecto desde el día uno, sino de enseñarle que la comida es amor, compañía y disfrute. Así que ponte el delantal, ten la cámara lista (para el recuerdo, no para la presión) y deja que este primer trabajo en equipo sea una experiencia divertida y sin culpas.

    ¡Ánimo, que aquí todas sobrevivimos!

  • “SOÑÉ con la lactancia perfecta, pero el dolor me despertó.”

    Aún recuerdo cuando, muy feliz de la vida, caminaba por el pasillo de maternidad eligiendo mis pads anti escurrimiento, bolsitas para mi banco de leche, recolectores de leche materna y los más caros y hermosos extractores. Me recuerdo y me doy ternura.

    Mi mamá me dio pecho. Mis abuelas dieron pecho. Todas mis tías dieron pecho. YO, OBVIAMENTE, iba a dar pecho. Soy una mujer sana, tuve un embarazo sin complicaciones, siempre me ha gustado la alimentación saludable, hago ejercicio, tomé cursos… en fin, estaba lista.

    Y entonces llegó mi hermosa bebé. A la semana de su nacimiento, tenía los dos pezones destrozados, molidos, en serio, en carne viva. Y yo, con el corazón hecho pasa, no entendía qué pasaba. ¿No era lo más normal dar pecho?

    Un día, mientras temblaba de dolor al alimentarla, mi bebé vomitó sangre. El susto de mi vida. Ya no sabía qué me daba más terror: si el dolor que sentía o verla vomitar sangre. Me enteré de que era MI sangre y, con el corazón roto, miré a mi esposo. Él, con ojos de súplica, me dijo: Ya, por favor, para. Dale fórmula. Te duele demasiado.”

    Fui a cursos. Tenía todo lo necesario. Consulté a una asesora de lactancia antes y después del embarazo. Me aferré. Pero no se dio. El estrés y el dolor no ayudaron a producir más leche y perdí mi primera batalla en la maternidad: LA LACTANCIA.

    Me dejó una gran lección: no todo lo podemos controlar. Si no pudiste o no quisiste, sigues siendo una gran mamá. Tu bebé te necesita en paz.

    Suéltalo. Lo estás haciendo muy bien.

  • “Me engañaron: la maternidad no es como la pintan”

    Me dijeron que la maternidad era hermosa, pero nadie me avisó del terror de la culpa constante que la acompaña. Me dijeron que lloraría de amor al escuchar su corazón, que su primera patada la recordaría toda la vida y que, al ver el primer ultrasonido, me enamoraría por completo. ¡No pasó! Me pregunté miles de noches: ¿hay algo mal conmigo? ¿Por qué no siento ese amor mágico instantáneo?

    Me dijeron: “Disfruta cada momento, tómale fotos a tu pancita”. Ni siquiera podía verme al espejo porque no me reconocía. Sumado a eso, el cóctel de hormonas no me dejaba disfrutar y volvió mi amiga, la culpa, otra vez. Me hizo cuestionarme noches enteras: ¿hay algo mal conmigo? ¿Será que en el fondo no deseo a mi bebé? ¿Por qué no siento ese amor instantáneo del que todas las mamás hablan?

    Me dijeron que desarrollaría el instinto materno: “Estarás alerta para atender a tu bebé y no le faltará nada”. ¡No pasó! La primera semana posparto estuve tan cansada que un día me quedé dormida y no lo escuché llorar. Cuando mi mamá me despertó, lloré junto a mi bebé: ella de hambre y yo de culpa, porque el instinto materno no hizo su mágica aparición esa noche. Y volvieron las preguntas: ¿hay algo mal conmigo? ¿Acaso soy yo la que no sirve para ser mamá? ¿Cómo puedo confiar en mí?

    Me dijeron que la maternidad es hermosa, pero nadie me avisó de la montaña rusa a la que estaba por subirme. Por las noches dudaba de mí hasta que el sueño me vencía, y por las mañanas, con una sonrisa de mi bebé, podía con todo. A pesar del caos, todas encontramos nuestra propia manera de ser mamás, sin cuentos ni edulcorantes.

    No hay nada mal en ti. Es imposible disfrutar cada segundo. ¡Lo estás haciendo muy bien!